domingo, 15 de julio de 2012

Vuela, vuela, alto, muy alto.




Todo sería diferente visto desde una nube.

Me gustaría volar muy alto, sentir cortar el aire a mi paso, volar libre. Al final llegaría a una blanca, grande, esponjosa y cómoda nube en la que me posaría.

La nube se mueve por el  viento, y yo con ella. Yo permanezco tumbado sobre ella boca arriba, contemplando las demás nubes que hay sobre mi, o simplemente ese infinito azul (color cielo) en el que podría perderme. Todo es paz, tranquilidad, libertad. Nada me preocupa, no existen miedos, ni decepciones, ni tristezas; sólo existe la brisa acariciando mi cuerpo mientras la nube sigue desplazándose lentamente. El Sol caldea mi estancia en esa nube haciéndola más agradable aún. 

Tengo el mundo a mis pies.  Alejado de cualquier motivo que perturbe mi tranquilidad. Sin ruidos, sin zarandeos, ni sintomas de estrés tipico de Barcelona. Todo está a mi abasto.

Puedo observarte desde mi nube. Te veo a través de la ventana de tu habitación. Estás tumbado en tu cama, abrazado a la almohada, pensativo. Ojalá pudiese saber qué es lo que pasa por tu mente. O simplemente, si yo paso por tu mente alguna vez, y de qué forma.

Entonces mi nube empieza a volverse gris. Empiezan mis tormentos. Dudas que me corroen cada vez más.
La nube se disipa. Empieza a llover, y junto a las gotas de agua caigo yo también. Choco contra el suelo, enfrentándome a la realidad, donde no existen nubes en las que respirar paz y tranquilidad.


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